
Pues sí, me dicen que el Guadalupe-Reyes ya terminó hace varias semanas y que yo, ni enterada, así que supongo que en mi caso más bien aplica el Reyes-Guadalupe, que significa comer a gustísimo y sin preocuparse por los “poignets d’amour” ni los 69’s in crescendo de enero a diciembre. Resulta que junto a mi nueva oficina se encuentra un simpático personaje que funge como vendedor de algo que nunca vende. Pero eso sí, como buen vendedor mexicano, es gordito, muy hablantín y se conoce de pí a pá todos los restaurantes, merenderos, taquerías, fondas y anexas del norte de la ciudad de la esperanza. Como el hombre si no usa la lengua se le entume y acalambra, acostumbra venir a visitarme varias veces al día, la mayoría de la cuales lo corro olímpicamente de mi oficina o bien, de manera artera y grosera, tomo el teléfono y marco un número x o bien comienzo a escribir lo que sea en el teclado de mi computadora. Todo para que se esfume y me deje trabajar en paz y sin hambre. El por supuesto, acostumbrado como está a todo este tipo de agravios, ni se inmuta y mejor se dirige a las oficinas de nóminas o de contabilidad a seguir ejercitando su lengua. Pues dicho sujeto, sabiendo mi debilidad por la vitamina T, y presumiendo su vasta experiencia en turismo garnachero, y yo, hemos convenido en que, los días miércoles serán de aventura. Así pues, el primer miércoles del año fuimos a un reputadísimo lugar en la colonia Guerrero llamado “Los machetes”, muy cerca de donde las ñoras de Bosques se ponen hasta atrás con Paquita que a su vez pone en su lugar a los ratas de dos patas. Para los que son demasiado urbanos y no saben lo que es un machete, baste recordar a los sombreruos de Atenco que arrugaron a nuestro Fox con el asunto del aeropuerto. Pues bien, en la entrada del local está el amplio comal y cual debe, una señora torteando, además de las cazuelas de barro con los guisaditos a degustar. Los mentados machetes son, sin más ni más, unas tortillotas del tamaño de un teclado de computadora que al llenarlas con guisados al gusto y doblarlas, quedan como machetes. El mío en cuestión fue de choriqueso con rajas una mitad y de chicharrón prensado la otra. Claro, más una Vicky pa que amacizara. ¡Qué cosa! Las salsas, de licuadora, no molcajeteadas, deliciosas, más la roja que la verde. El machete con la tortilla hecha de masa, sin freír, claro, hay que tener cuidado con el colesterol, en su punto. El plato más pequeño que el machete y el consiguiente acomodo plato-mandíbula-mano muy preciso para evitar manchar el nombre de la empresa bordado a la finísima camisa de algodón de Tehuacan. Toda una experiencia. Tanto así que por andar hablando de más, me entró mucho aire y no me pude terminar el machete. Apenas pude con lo que sería un cocino de carnicero....
Bueno, pues ése fue el primer evento del año, todavía no termina enero y ya llevamos otros dos más, más el que promete de mañana... pero eso, ¡lo contaré luego porque ahora ya estoy babeando!