
Foto de El Universal
Había una vez, hace muchos muchos años, en un país muy cercano, una niña que soñaba con el cielo, los planetas y las estrellas. Esa niña ahorraba para poder comprarse libros con hermosas fotos de las galaxias y su favorito era uno llamado “La naranja azul”. Un día, esa niña que había sacado muy buenas calificaciones y se portaba muy bien y se comía la ensalada de coliflor que su mamá le servía, recibió una gran caja de madera por correo. Corrió a pedir ayuda a su papá para abrir la caja. La emoción era grande, igual que la caja. Presas de un martillo y desarmadores, por fin la abrieron, y después de hurgar entre el aserrín, encontraron ¡un microscopio! Hasta ahí mis ilusiones infantiles de convertirme en astrónoma. Desde entonces odio la coliflor y no me interesa nada que tenga que ver con el mundo microscópico.
Años después, cuando ya sabía manejar, usaba tacones altísimos y tenía que decidir mi futuro universitario, me volvió a tentar la astronomía, sólo que esta vez me interesé más por una de sus variantes: la Astrofísica. Muchas fiestas después decidí que mejor le quitaba lo astro y me quedaba con la física, total, nunca me imaginé viviendo allá en el monte, cortando leña y persiguiendo pollos en el día, y viviendo en un cuarto oscuro, en eterna posición de tortícolis, de noche. Fin de la historia.
Ahora viene la historia de ayer: ¡mugre luna! Resulta que al pequeño P le hemos comprado un telescopio, no muy potente pero suficiente para que pueda acercarse a las estrellas y no a las ventanas de las vecinas. Anoche pues, lo sacamos. Gran congregación de vecinos haciendo fila para ver el eclipse. Veinte minutos después, a unos vecinos que son recién casados, les dio frío y entraron a su depa a calentarse, otro de los niños se aburrió y mejor se fue a ver Jetix, llegó una vecina paseando a su perro y al rato se fue sin el perro, el cual se dedicó a sobarse entre nuestras piernas. Otra pareja ni sabía que había eclipse y mejor se fue a su clase de spinning. Otros decidieron que el eclipse ahí con los tacos de El Compa se veía mejor. Finalmente, el pequeño P decidió que a lo mejor por TV UNAM se vería mejor. Durante todo ese tiempo yo estaba convencida de que esa enorme pelota en el cielo era facilísima de enfocar, y ¿¡cuál!?, ¡nunca pude enfocarla! Vuelta pa’ cá, vuelta pa’ llá, cambio de ocular, que el tripié ya se movió, que si ya le dio el aire, ¡nada! Terminé viéndola a ojo pelón y convencida de que había hecho bien al no elegir esa carrera. Ya me veo reprobada el primer semestre en el primer parcial por no poder enfocar la luna. Me rindo. Mejor compro libros de fotos.